Los niños, la escuela y la pandemia
Nos hemos acostumbrado a pensar en la pandemia como una catástrofe para los adultos y para la economía. Y es inevitable que sea así puesto que el indicador principal es el número de muertos y los niños, afortunadamente, son menos vulnerables ante el covid-19 que los adultos. Pero si no se organiza bien el rediseño de las sociedades, a mediano y a largo plazo los niños pueden resultar las víctimas más duraderas de la perturbación general de la vida causada por la pandemia. En primer lugar por la elevada tasa de orfandad, indicador en el que nuestro país parece figurar también entre los peores del mundo.
Más de cien mil niños se han visto privados de uno o de los dos padres, con frecuencia sin poder acompañarlos durante la agonía ni ofrecerles presencialmente el último adiós. Y en segundo lugar, porque la escuela es mucho más que una institución dedicada al aprendizaje y la adquisición de conocimientos. Ella es también y quizás sobre todo el espacio de salida de la familia, del descubrimiento de sí mismo ante la diversidad de experiencias y de forja de amistades que pueden durar toda la vida.
De pronto, el confinamiento y el temor al contagio han convertido a los compañeros en factor de riesgo. La desigualdad causa que las familias más golpeadas económicamente, sean precisamente las que menos facilidades domésticas pueden ofrecer a sus hijos. Diversos estudios han mostrado la elevada tasa de adicción a juegos electrónicos y el uso permanente de pantallas.
Por eso resulta indispensable preparar el retorno a las clases presenciales, aunque haya que cambiar los horarios, los aforos en las aulas y el uso de espacios al aire libre. Nada nos obliga a esperar hasta el 15 de marzo. Lo único obligatorio es derrotar al coronavirus.
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